LOS TRES TIEMPOS DE LA BIBLIA

 

     

     Uno de los argumentos que presentan quienes rechazan nuestra posición teológica de creer en una Escatología consumada o realizada, es el hecho de que representemos tan solo una minoría en relación a ellos, quienes superarían el 90% de todos los cristianos en el mundo, y los cuales sostienen que aun hay profecías bíblicas que deben cumplirse en el futuro, en especial, las relacionadas con la segunda venida de Cristo y el juicio final. Al parecer para ellos, el hecho de ser “mayoría”, lo consideran una muy buena razón para afirmar que tienen la verdad. Bueno, permítanme entonces refutar este débil y pobre argumento de la siguiente manera. Mayoría no equivale a tener la verdad, como tampoco minoría significa no tenerla. De ser así, no tendría sentido salir del catolicismo para convertirse en un evangélico, ya que dentro del cristianismo los católicos representan la gran mayoría; de igual modo, querer evangelizar a los musulmanes resultaría innecesario, considerando que ellos superan en números a los mismo católicos. Si observamos por el otro lado de la moneda, podríamos decir también, que en el primer siglo hubiesen sido inútiles los esfuerzo de los cristianos por demostrar que tenían la verdad, considerando que ellos representaban tan solo una mínima parte de la población de aquella época.      En los días de la reforma protestante un puñado de valientes y fieles cristianos desafiaron el poder de la iglesia imperante, bajo el único argumento que les daba su convicción de estar luchando por la verdad de la Palabra de Dios; hoy todos los que nos consideramos cristianos, somos de una u otra forma fruto o resultado de esos pocos hombres que defendieron la verdad de la Biblia, hasta con sus propias vidas. En fin, ejemplos hay muchos, pero la intención de comenzar con esta especie de polémica, era más que nada para introducir mi siguiente tema, el cual probará explicar cómo y por qué “una gran mayoría” de creyentes en el mundo, podrían estar equivocados en cuanto a temas fundamentales de la Biblia. Muchos opinarán que no puede ser que “tantos” estén equivocados, y tan sólo unos pocos tengan la verdad sobre una misma cosa, pero déjeme decirle que sí es posible.

     Hay un viejo dicho o adagio que dice: “todo depende con el cristal con que se mire”, lo cual podría significar tanto la información almacenada en la mente de la persona, o simplemente su estado de ánimo, lo que determinaría la manera en que haga una observación sobre cierto asunto; ejemplo: Una persona con estado de ánimo pesimista encontraría que es el colmo de la mala suerte que esté toda su familia en casa contagiada con un virus, mientras que otra, con ánimo elevado, optimista, consideraría que tal circunstancia ha sido una buena oportunidad para reunir a toda la familia en casa. “Todo depende con el cristal con que se mire”. Si el cristal es rojo, todo lo que mire a través de él, se verá rojo. Ocurre también en la política;  los partidarios del gobierno de turno encuentran que todas las gestiones del ejecutivo son acertadas y optimas, mientras que por el lado de la oposición, generalmente consideran que no se han hecho muy bien las cosas. Todo depende con el cristal con que se mire. Es lo que pasa con esta gran mayoría de cristianos que defienden una escatología futurista; la razón, es que todos ellos interpretan la Biblia a través de una misma y sola óptica, la de la teología tradicional, pues entienden que si la mayoría acepta esa interpretación, es porque ha de ser la correcta, y no hay más vuelta que darle al asunto. Sin embargo, hay quienes nos hemos quitado “esos lentes”, y hemos comenzado a ver la Biblia con otros ojos, con los ojos del entendimiento y del razonamiento. Por medio de este método, nos hemos asido del espíritu original que inspiró y motivó las Escrituras, llegando incluso a percibir lo que había en la mente del escritor en el momento que redactaba su carta o libro. Por qué la escribió y para quienes, cuáles eran las circunstancias que les rodeaban, tanto a él, como a sus destinatarios. Para lograr esto, es necesario primeramente desintoxicarse de esa teología tradicional que nos convenció o programó a creer que la Biblia había sido escrita objetivamente para nosotros, es decir, nosotros habíamos sido la causa u objeto por lo que ella se escribió, y por lo mismo, nos hicieron tomar literalmente todas las profecías y advertencias como si fueran para nosotros en este tiempo, cuando en realidad todas ellas se cumplieron fielmente en el primer siglo, durante la generación que escuchó o leyó originalmente estas profecías (Mt.24:34).

   Ese gigantesco sector del cristianismo evangélico que profesa una escatología futurista, y al mismo tiempo terrorífica por creer en un infierno de fuego literal, y en diablos y demonios que andan al acecho de los creyente para hacerlos tropezar y caer de la gracia, como si eso fuera posible, ha cometido dos graves errores en la interpretación de la Biblia, errores que vienen de muy atrás en el tiempo, y que por lo mismo, no se les puede atribuir  solamente a ellos, ya que ellos simplemente han visto la Escritura a través del cristal de la teología que heredaron de los padres de la Iglesia. Sería lo mismo que culpar a un alcohólico o un drogadicto por sus vicios, cuando en realidad, el problema mayor lo provocaron quienes produjeron y distribuyeron tales productos adictivos. Lo mismo en este estudio, la idea no es atacar ni dañar la reputación de nadie en particular, sino más bien, atacar el sistema de donde provienen tales errores. Atacar en un sentido positivo; más bien diría yo, desenmascarar al que de alguna manera ha sido el enemigo que nos ha encubierto la verdad por tantos siglos.

 

Primer Error


     En el intento por interpretar el mensaje de la Biblia, se han cometido dos graves errores: El primero, es creer que la Biblia fue escrita para nosotros; es decir, que los escritores de la Biblia en el momento que redactaban sus respectivos libros o cartas, nos tenían a nosotros en sus mentes. Este gravísimo error de interpretación a conducido a que se tergiverse el verdadero sentido de la Escritura original, dando pie a un sin fin de doctrinas incongruentes dentro de la iglesia moderna. Es muy probable que mi declaración no sea bien recibida en el medio cristiano, y es comprensible, especialmente cuando se ha crecido en un medio religioso tan persuasivo y dominante como es el que nos ha tocado vivir, y en donde se nos inculcó con firmeza desde niño, que cada palabra de la Biblia fue literalmente escrita para nosotros, y que por lo tanto, se debe creer incuestionablemente todo lo que ella dice. Lamentablemente debo decirle, que cuando leemos hoy la Biblia, es como si leyésemos una correspondencia ajena; por más que nos cueste aceptarlo, esa es la verdad. Para obtener una correcta interpretación de la Escritura se deben considerar a lo menos, dos reglas elementales de hermenéutica, las cuales serían:  (a) observar el trasfondo histórico en que se desarrollaron los hechos descritos en el libro, y descubrir para quien o quienes en particular fue dirigido el mensaje; (b) respetar la gramática del texto; entender que cada idioma tiene leyes gramaticales, las que facilitan una mejor comprensión de la lectura; no respetarlas, implicaría que lo que leemos carezca de todo sentido común y lógica.

 

Segundo Error


     El segundo error, ha sido darle a la Biblia una interpretación literal, es decir, “interpretar tal cual como está escrito”. Sin embargo, veremos en este estudio que los partidarios de esta escuela teológica, y que como ya dijimos, son prácticamente la mayoría de los cristianos en el mundo, no son tan consecuentes con su defendido método, especialmente, en lo que respecta al mensaje profético de la Biblia. El principal error que cometen quienes interpretan la Escritura literalmente, es pasar por encima de las dos reglas básicas de Hermenéutica arriba señaladas, dándole a la profecía un sentido totalmente futurista, especialmente las encontradas en el Nuevo Testamento. Aunque en el momento que se redactaron y enviaron las cartas a sus destinatarios tuvieron ese carácter, sin embargo, su cumplimiento inminente estaba determinado en el mismo texto, solo hay que respetar el significado y sentido que tuvieron las palabras escritas, ubicándolas en el tiempo y escenario correcto, y se puede concluir fácilmente que el mensaje expuesto era para la gente que recibió y leyó los escritos por primera vez, la Iglesia del primer siglo. Veamos un ejemplo en Heb.10:35-37

 

“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún un poquito, Y el que ha de venir vendrá, y no tardará”.

 

     A simple vista uno puede observar que la carta está dirigida a un público en particular. Gente que está experimentando tiempos muy difíciles, y en donde la esperanza es lo único que tienen, sin embargo, la prueba por la que atraviesan es tan fuerte que de no cumplirse la promesa pronto, ellos van a sucumbir. El propósito del escritor, es alentarles y motivarles con estas palabras, de que es bueno y necesario un poco de paciencia, porque el que ha de venir (la promesa que era Cristo) vendrá, y no tardará. La pregunta es: ¿Quién era ese público sufriente que estaba a la espera del cumplimiento de una promesa, y al que el autor de Hebreos dirige sus palabras? Si uno lee cada carta del Nuevo Testamento, encontrará similares expresiones de aliento dirigidas a una Iglesia perseguida y sufriente, cuya única motivación a continuar resistiendo, era saber que Cristo habría de volver muy pronto para darles recompensa. Ese público a quien fue dirigido este mensaje, y en general las cartas apostólicas,  fue la Iglesia del primer siglo compuesta por judíos y gentiles. Creer que palabras  como:“Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará” tienen relevancia para nosotros hoy, es sencillamente absurdo; es manifestar excesiva ignorancia en el lenguaje; es cerrarse completamente a ver el correcto significado de las palabras.  A continuación quiero invitarles a que revisemos juntos los tres tiempos en que la Biblia divide su mensaje, y de esta forma conocer nuestro tiempo y lugar en el plan divino.

 

Los tres tiempos de la Biblia


     Sin lugar a dudas, el Nuevo Testamento fue el cumplimiento total a todas las promesas y declaraciones hechas en el pasado al pueblo hebreo. Desde la caída misma del hombre en el huerto del Edén, y hasta la primera venida de Jesucristo, todo, absolutamente todo, permaneció en desorden y oscuridad. No hubo restauración ni luz, ni aun con la llegada de la ley; la ley solo vino para enrostrarle al hombre lo impuro e incapaz que era para acercarse a Dios por sus propios medios. Dios permitió que el pueblo experimentara en sombra toda la gloria de los bienes venideros, pero sin que entendiera de qué se trataba ni que significaba todo lo que veía y hacía. No obstante, había un mensaje profético escondido en cada elemento del viejo pacto: el culto levítico con sus sacrificios y ceremonias, el oficio sumo-sacerdotal dentro del lugar santísimo, todo era un mudo discurso que anunciaba hacia un día en el futuro en que Dios restauraría todas las cosas. El apóstol Pablo llamó a ese día: “la dispensación del cumplimiento de los tiempos”.

 

“… de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra” (Ef. 1:10).

 

     El centro de toda la historia humana no fue el nacimiento virginal de Jesús, ni tampoco fue su muerte; aunque estos dos acontecimientos formaron parte de la dispensación del cumplimiento de los tiempos, sin embargo, el verdadero núcleo de la historia fue el Día del Señor en el año 70 del primer siglo, cuando Cristo regresó por segunda vez de acuerdo con la profecía, y puso fin a la era judaica y al viejo pacto. Todo el mensaje de la Biblia apuntó siempre a ese día grande y terrible de Jehová (Joel 2:11; Mal.4:5). Nunca los escritores de la Biblia tuvieron en mente escribir sobre el fin del mundo cósmico; todo su discurso se centró en anunciar la consumación de la dispensación del cumplimiento de los tiempos, en donde el pecado del primer hombre sería quitado de en medio, y Dios establecería sobre la tierra la justicia eterna, de acuerdo con la profecía de Daniel 9:24-27.

     Se podría decir que todo el mensaje de la Biblia está dirigido a tres grupos de personas en particular, quienes han vivido bajo tres dispensaciones diferentes en el tiempo, y por lo tanto, será muy bueno y provechoso identificar correctamente cual es la porción del discurso que le corresponde a cada grupo, de acuerdo con el tiempo y lugar que les tocó vivir. Estos grupos a saber son:

 

  1. Los que vivieron antes de la dispensación del cumplimiento de los tiempos
  2. Los que vivieron durante la dispensación del cumplimiento de los tiempos
  3. Los que vivieron después de la dispensación del cumplimiento de los tiempos

 

Primer grupo


     La Biblia en general tiene destinatarios  claramente definidos para quienes fue escrito su mensaje. El Antiguo Testamento por ejemplo, fue escrito exclusivamente para el pueblo hebreo. La ley y los profetas contenía mandamientos y ordenanzas que no tenía relevancia alguna para otro pueblo aparte de Israel; esto quiere decir, que guardar hoy el día sábado, o cualquier otro día de la semana, es hacer algo que está totalmente invalidado y obsoleto; de igual modo, quien se abstiene de comer ciertos alimentos, o hace o deja de hacer ciertas cosas conforme mandaba la ley, sencillamente se autoimpone sobre sí mismo una carga voluntaria y totalmente innecesaria. El Antiguo Testamento solo tuvo vigencia hasta la llegada del Cristo, quien fue la plenitud del cumplimiento a toda la profecía del libro. El apóstol Pablo escribe a los judíos cristianos de Corinto lo siguiente: “Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos” (1Cor. 10:11). ¿Qué significa esta escritura? En el contexto del pasaje, Pablo les recuerda a los hermanos corintios, que lo acaecido  con sus antepasados hebreos en el desierto cuando iban camino a la tierra prometida les aconteció como ejemplo, y quedó escrito en el libro de la ley para  amonestarles a ellos, “no a nosotros” (como se nos ha enseñando erróneamente), que al igual que sus padres, ellos estaban viviendo el final de una era. Los cuarenta años de vagar por el desierto fue el tiempo de transición entre la esclavitud de Egipto y la posesión de la tierra prometida. Cuando salieron de Egipto, comenzó para ellos el fin de cuatro siglos de esclavitud; por otro lado, la Iglesia que había nacido en Pentecostés, y de la que  los corintios eran parte integral, también estaba viviendo un periodo de transición entre el fin total del viejo pacto y la instauración plena del Nuevo. Por eso el apóstol les dice: “… a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos”; ¿A qué fin de los siglos se refería? _ al fin de la era del viejo pacto; es decir, a la dispensación del cumplimiento de los tiempos, como bien lo dice en Efesios 1:10. Cada vez que el Nuevo Testamento hace referencia al fin, nunca se refiere al fin del mundo cósmico, sino al fin del mundo “aion”, que significa era o edad, y en este caso específico se refiere al fin de la edad judaica con su pacto y su culto. Los profetas del Antiguo Testamento señalaron un día especifico en el futuro de ellos, en que Jehová traería juicio sobre la santa ciudad, tal juicio significaba el fin para la nación hebrea. Daniel profetizó unos 600 años antes de Cristo el tiempo exacto en que ese día final llegaría: Setenta semanas están determinadas sobre tu pueblo y sobre tu santa ciudad, para terminar la prevaricación, y poner fin al pecado, y expiar la iniquidad, para traer la justicia perdurable, y sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos”(Dan.9:24).

Estas setenta semanas, generalmente se interpretan como “semanas proféticas”, es decir: día por año (Lev.25:8; Num.14:31), lo cual significaría un periodo de 490 años.  En el afán de discernir los tiempos y condiciones en que esta profecía debería cumplirse, o si la cifra debe interpretarse como tiempo literal o como tiempo simbólico, ha sido debate y controversia de teólogos e intérpretes bíblicos durante siglos, concentrándose la mayor dificultad interpretativa en la última semana de la profecía. Sin el ánimo de entrar nuevamente en la eterna discusión de supuestas conjeturas, quiero simplemente que observemos tres marcos indicadores de tiempos que son claros y determinantes en cuanto al cumplimiento pleno de la profecía:

  1. El verso 24 dice que una serie de seis condiciones deberían resolverse o cumplirse durante el periodo de las setenta semanas; estas condiciones eran: terminar la prevaricación, poner fin al pecado, expiar la iniquidad, traer la justicia perdurable, sellar la visión y la profecía, y ungir al Santo de los santos.
  2. Al acercarse la consumación del tiempo aparecería en escena el Mesías, y a quien posteriormente se daría muerte (v.26), todo esto en la recta final de las setenta semanas.
  3. Al final del tiempo la ciudad santa y el templo serían destruido por el pueblo de un príncipe que habría de venir (v.26).

Como señalé, no es mi intención continuar con la eterna polémica sobre cómo ha de interpretarse el pasaje de Daniel 9, sino tomándome de una regla primordial de la Hermenéutica que dice: “la Biblia interpreta la Biblia”, deseo solamente manifestar mi punto de vista ante lo que creo que es más que obvio en la Escritura, de que estamos tratando con una profecía totalmente cumplida, pero que lamentablemente los teólogos e intérpretes futuristas, muy obstinados y hasta podría decir, soberbios, no quieren reconocer ni aceptar de que es así. Solo hay que leer detenidamente el Nuevo Testamento para confirmar que las seis condiciones del verso 24 se cumplieron literalmente con Cristo.

El verso 27 dice que tal desenlace sería antecedido por una gran abominación, la cual traería consigo la desolación total. Jesús citando la profecía de Daniel dijo:“Por tanto, cuando veáis en el lugar santo la abominación desoladora de que habló el profeta Daniel (el que lee, entienda), entonces los que estén en Judea, huyan a los montes. El que esté en la azotea, no descienda para tomar algo de su casa; y el que esté en el campo, no vuelva atrás para tomar su capa. Mas !!ay de las que estén encintas, y de las que críen en aquellos días! Orad, pues, que vuestra huida no sea en invierno ni en día de reposo; porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá” (Mt.24:15-21). Luego Lucas registra estas mismas palabras de Jesús de la siguiente manera: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado. Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella. Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas” (Lc. 21:20-22). Está muy claro que estas advertencias de Jesús, fueron dirigidas exclusivamente a sus discípulos y demás seguidores, quienes probablemente estarían recorriendo las ciudades de Judea con el evangelio por aquel entonces; sin embargo, los futuristas, que son quienes interpretan la Escritura literalmente, sitúan la “abominación desoladora” que profetizó Daniel, en el futuro, argumentando que dicha abominación se consumará cuando “el anti-Cristo” (personaje totalmente ficticio) se siente en el templo de Dios. Después de lo que hemos revisado hasta aquí, podemos decir que nada puede estar más lejos de la verdad que esta interpretación. Los futuristas no pudiendo ignorar que el discurso del Monte de los Olivos tuvo su cumplimiento pleno en el primer siglo, se vieron en la necesidad de inventar una nueva regla de hermenéutica denominada: la ley del doble cumplimiento. Más adelante hablaré un poco más sobre esta ley.

Ese día final, sucedió en el año 70 cuando fue destruida Jerusalén, su templo y su pacto. A partir de ese glorioso momento, y como nosotros creemos firmemente de acuerdo con la correcta interpretación de la Santa  Escritura, Cristo volvió por segunda vez, sin relación con el pecado, como dice Hebreos 9:28, para salvar a quienes le esperaban e instaurar su reino eterno y cumplir así plenamente la profecía de Daniel 7:13 y 14 que decía: Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido”.

En este pasaje de Daniel, y que es de donde Jesús y los apóstoles citaron para referirse a la segunda venida en las nubes, el Hijo del Hombre, el cual es Cristo, no desciende a la tierra, sino va hasta donde está el Anciano de días, el cual es Dios. Lo que significa entonces, que la señal del Hijo del Hombre en las nubes, no es otra cosa, que la entronización del Hijo de Dios en el cielo. En Lucas 9:12 Jesús enseñó una parábola sobre un hombre noble que debió hacer un viaje a un país lejano para recibir un reino y luego volver; bueno, no cabe duda que aquí Jesús estaba revelando alegóricamente el propósito de su venida.

Cuando se escribía el Nuevo Testamento, aun estaba vigente el viejo pacto, pero ya estaba envejecido, caduco y pronto a desaparecer (Heb.8:13); por tanto, cuando éste desapareció completamente, todo lo que tuvo que ver con esa dispensación quedó obsoleto, totalmente inadecuado a las nuevas circunstancias establecidas en el nuevo orden de Dios. Por eso afirmo que el Antiguo Testamento, aparte del valiosísimo testimonio histórico que nos proporciona, y los muchos principios universales que podemos extraer de sus páginas inspiradas, y las cuales son útiles para enseñar, redargüir, corregir, e instruir en cada época (2Tim.3:16), no tiene validez para fundamentar ninguna doctrina de la Iglesia posterior al año 70 d/C. La razón es simple; no se puede hacer doctrina de algo que ya se cumplió, y que además, sólo tuvo validez para un pueblo de la tierra y para una época determinada. Se puede decir entonces, que el Israel que vivió hasta el nacimiento de Cristo, corresponde al grupo que vivió  antes de la dispensación del cumplimiento de los tiempos.

 

Segundo grupo


     El Nuevo Testamento, si bien no se escribió para el pueblo judío en general, sí fue dirigido de manera exclusiva a comunidades cristianas compuestas, además de gentiles, mayoritariamente por judíos dispersos por las diversas provincias bajo el imperio romano del primer siglo. Esto puede observarse claramente en la introducción o salutación final de cada libro/epístola, en donde los escritores mencionan los nombres de sus respectivos destinatarios.

     El gran error del futurista radica fundamentalmente cuando se apropia como suya de cada palabra escrita en el Nuevo Testamento, como si el escritor del canon sagrado de hace dos mil años atrás le hubiese tenido en mente al escribir su carta. El ejemplo más claro tiene que ver con la interpretación que hace al discurso profético de Jesús en el Monte de  los Olivos y registrado en Mateo 24, Marcos 13 y Lucas 21. Creer que aquel discurso apocalíptico de Cristo tuvo una doble connotación profética; es decir, un cumplimiento parcial y sin gran trascendencia en el primer siglo, y otro, de carácter único y superior en el futuro, es hacer del discurso de Cristo un montón de ideas ambiguas, carente de todo sentido común y lógica; es invalidar completamente el trasfondo histórico, cultural y gramatical del texto; es querer poner en labios de Jesús palabras e intenciones que nunca tuvo en mente pronunciar. Cualquier persona con el mínimo de estudio, y  haciendo uso de las reglas más elementales de la gramática de su idioma, podría entender que el discurso de Jesús en el Monte de los Olivos, fue dirigido exclusivamente a sus apóstoles en respuesta a la pregunta que éstos mismos le formularan después de oírle pronunciar la lapidaria sentencia sobre el destino final de su templo. Revisemos a continuación el registro de los tres evangelios sinópticos sobre cómo se inició este tan polemizado discurso del Señor a sus discípulos.

 

Mateo 24:1-4


1Cuando Jesús salió del templo y se iba, se acercaron sus discípulos para mostrarle los edificios del templo.

2Respondiendo él, les dijo: ¿Veis todo esto? De cierto os digo, que no quedará aquí piedra sobre piedra, que no sea derribada.

3Y estando él sentado en el monte de los Olivos, los discípulos se le acercaron aparte, diciendo: Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?

4Respondiendo Jesús, les dijo: Mirad que nadie os engañe.

 

Marcos 13:1-5


1Saliendo Jesús del templo, le dijo uno de sus discípulos: Maestro, mira qué piedras, y qué edificios.

2Jesús, respondiendo, le dijo: ¿Ves estos grandes edificios? No quedará piedra sobre piedra, que no sea derribada.

3Y se sentó en el monte de los Olivos, frente al templo. Y Pedro, Jacobo, Juan y Andrés le preguntaron aparte:

4Dinos, ¿cuándo serán estas cosas? ¿Y qué señal habrá cuando todas estas cosas hayan de cumplirse?

5Jesús, respondiéndoles, comenzó a decir: Mirad que nadie os engañe;

 

Lucas 21:5-8


5Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y ofrendas votivas, dijo:

6En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida.

7Y le preguntaron, diciendo: Maestro, ¿cuándo será esto? ¿y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?

8Él entonces dijo: Mirad que no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y: El tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de ellos.


    Si ha leído los pasajes expuestos arriba aplicando el sentido común a la lectura, coincidirá conmigo que verdaderamente el discurso de Jesús no tuvo un carácter público, sino puramente privado. Además, si tomamos en cuenta la significativa expresión: “se le acercaron aparte, o le preguntaron aparte”, que tanto Mateo como Marcos agregaron entre la sentencia de Jesús y la pregunta de sus discípulos, notaremos el carácter de privacidad que tuvo la conversación. Ahora bien, ¿Por qué cuesta tanto aceptar el discurso de Jesús tal cual como fue registrado en los evangelios? Sencillamente, porque la interpretación que hacemos al texto bíblico hoy, pasa inconscientemente a través de un lente o filtro teológico incrustado hábilmente por la religión tradicional en nuestras mentes desde generaciones remotas, y que lamentablemente, tal información, que es una interpretación distorsionada de la Biblia, cauterizó nuestras mentes inocentes, programándolas a entender y a creer solamente ese paquete de doctrinas dogmáticas, que según la religión tradicional, es la herencia de los “padres de la iglesia de los primeros siglos”. Por lo tanto, la única forma de entender la Biblia es a través de esa escuela teológica. Ahora se puede entender mejor, por qué era prohibido leer la Biblia en el pasado; precisamente para mantener al pueblo común en ignorancia, y de esa manera ejercer autoridad y control sobre ellos. La Iglesia evangélica por su parte, basa su teología sobre los mismos fundamentos en que descansa la teología católica, con algunas salvedades por supuesto, pero finalmente igual en principios. Ahora debe surgir la pregunta obligada: ¿De dónde sacaron los “llamados padres de la iglesia” la información con la que luego formalizarían su teología? Yo entiendo que esto puede sonar duro y hasta herético para algunos el que yo ponga en tela de juicio las doctrinas de los padres de la iglesia, pero alguien tiene que desvelar el tremendo engaño del que hemos sido víctimas por siglos. ¿Por qué uno lee en la Biblia textos tan claros que señalan que Jesucristo era esperado por la Iglesia del primer siglo en esa generación? Cada carta escrita por los apóstoles a las Iglesias estaba marcada con la misma consigna: el Señor viene (1Cor.16:22); El Señor está cerca (Fil.4:5); Porque aún un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará (Heb. 10:37); la venida del Señor se acerca (Sant.5:8); Mas el fin de todas las cosas se acerca (1Pe.4:7); y por último, en el libro de Apocalipsis tres veces se menciona la expresión: He aquí, yo vengo pronto (Ap.3:11; 22:7; 22:12), todo esto (y que no es todo por supuesto, porque el Nuevo Testamento tiene muchas otras citas que señalan que Jesucristo volvería dentro de muy poco tiempo, en esa generación), queda sellado con las palabras de Jesús en el Monte de los Olivos: “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mt.24:34). Sin embargo, después de un gran silencio que hubo en la historia de la iglesia a partir del año 70 d/C., el cual se cree debe haber durado unos 80 años, comienzan a aparecer cartas y libros de quienes, según la tradición católica, serían: “los primeros padres de la Iglesia”, y entre los cuales se contarían algunos contemporáneos a los mismos apóstoles del Señor. En estas cartas y libros, y que hoy pueden leerse incluso en internet, ellos informan sobre la continuidad de la iglesia, desde la era apostólica hasta esos días; pero lo que me llama más la atención (porque he leído personalmente dichas cartas y parte de algunos libros), es que ellos continúan repitiendo el mismo discurso de Pablo, de Pedro y de los demás escritores del Nuevo Testamento con respecto a la venida del Señor. La fuente para fijar la fecha en que el apóstol Juan habría escrito o redactado su epístola de Apocalipsis, precisamente está tomada de uno de estos libros que datan del segundo siglo y que fue escrito por Irineo, obispo de Lyon. Según la tradición, Irineo habría sido discípulo de Policarpo, y éste a su vez, habría sido discípulo del apóstol Juan (puede leer el libro: “Contra los Herejes”, de Irineo, accediendo a esta página: http://multimedios.org/docs/d001092/). No es que ponga en duda la existencia de estos escritos, ni mucho menos la de sus escritores, pero sí, me llama mucho la atención el que personas supuestamente muy ligadas al apóstol, transmitan un mensaje totalmente opuesto al suyo. Juan comienza Apocalipsis diciendo que el contenido de su libro son sobre cosas o eventos que deberían suceder pronto (Ap.1:1, 3). Todo el libro, aunque escrito en griego, posee un estilo muy peculiar del idioma hebreo: lleno de figuras y simbolismos narra el desenlace fatal y final de la nación de Israel, representada en su gran ciudad Jerusalén, y que Juan la describe como “Babilonia, la gran ramera” (Ap.17:1-18). La caída y destrucción final de Jerusalén fue por medio de los ejércitos romanos en el año 70 d/C., imperio al que el apóstol denominó “la bestia”. Si Juan escribió que el contenido de su libro debería tener un fiel y pronto cumplimiento, y que de acuerdo con la historia, Jerusalén fue totalmente destruida, desolada en el año 70 d/C. tal cual como Jesús lo profetizó: “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado”(Lc.21:20).  Y que además, inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, refiriéndose al sitio de Jerusalén, aparecería la señal del Hijo del Hombre en el cielo (Mt.24:29 y 30), ¿Cómo es que después aparecen “otros libros” diciendo que Cristo aun no ha regresado y que la iglesia debe seguir esperándolo, de igual modo como lo hiso la Iglesia del primer siglo? Aquí sencillamente yo veo dos cosas: Primero, Jesús mintió, los apóstoles mintieron, la Iglesia del primer siglo vivió y murió creyendo en una gran mentira; y segundo, y creo que esta es la alternativa correcta: se manipularon los escritos de los libros o cartas encontradas, si es que realmente alguna vez existieron tales libros y tales escritores. Yo sé que esto es muy grave declararlo públicamente, pero conociendo la historia de la iglesia católica y el gran poder que ha ejercido en la historia de la humanidad, especialmente durante la edad media, en ese terrorífico periodo denominado “Oscurantismo” y que duró casi mil años (476 – 1453). Ese triste y sangriento periodo de nuestra historia y en el que tuvo lugar también la “inquisición”, fue marcado horrorosamente  por el oscurecimiento de la mente humana ante la imposibilidad de cuestionar los dogmas impuestos por la religión católica, dogmas que eran, según ellos, la verdad absoluta y que no admitían ningún cuestionamiento ni sometimiento a prueba; quienes osaban levantar su voz en protesta contra esa verdad, terminaban: exiliados, excomulgados, encarcelados, e inclusive muertos. Yo no dudo de la Biblia, dudo de la religión, y puedo decir con mucha responsabilidad por lo que me ha tocado vivir y conocer, que las tradiciones religiosas con todos sus credos y dogmas, de alguna manera han hipnotizado las mentes de las personas programándolas a que solo crean lo que ellos (los religiosos profesionales) han enseñado. He conversado con pastores evangélicos sobre mi posición de que todo lo que dice la Biblia se cumplió totalmente en el primer siglo, incluyendo la segunda venida de Cristo, la resurrección y el juicio final, sin embargo, me ponen como argumento la tradición de la Iglesia; los escritos de los padres antiguos por encima de lo que la misma Palabra dice, y con esto me recuerdo de las palabras de Jesús a los fariseos:“Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición” (Mr.7:9)

Es tan fuerte el poder de persuasión que ejerce la religión sobre las personas, que aunque se den cuenta que sus doctrinas y credos teológicos no concuerdan con lo que leen en las Escrituras, se niegan a aceptar que hay otra interpretación aparte de la que han aprendido, considerando que quienes dicen lo contrario a sus enseñanzas, simplemente están equivocados y muy lejos de la verdad. Una de las muchas mentiras que nos transmitió la religión, es precisamente la falsa doctrina de la segunda venida de Cristo en el futuro. Obviamente que quien profesa una teología futurista rechazará inmediatamente mi categórica declaración, y lo puedo comprender muy bien, porque yo al igual que usted, en algún momento estuve en la misma posición, y créame que no es para nada fácil desbloquearse de toda esa “patraña teológica” con la que hemos sido intoxicados mentalmente. No obstante, quiero decirle, que el poder gloriosos de la verdad, puede hacerle verdaderamente libre de todo el engaño del que ha sido víctima involuntariamente. Dele una oportunidad a que la verdad de la Biblia hable por sí misma, no por lo que yo le digo, ni por lo que tiene preconcebido en su mente. Si comienza a leer la Escritura con una mente enseñable, créame que descubrirá riquezas que nunca antes vio, por las razones que acabo de exponer. No intente  comprobar que usted tiene la razón, sino simplemente deje que sea la misma Biblia la que le interprete la Biblia. No fuerce ninguna escritura a que diga lo que usted ya sabe, no aplique ninguno de sus conocimientos aprendidos, solo deje que la Escritura se abra ante sus ojos sin ningún otro guía más que ella misma. Notará sorprendentemente cuando así la haya leído, lo claro y diáfano que resulta el mensaje de Dios a su entendimiento. Entonces comenzarán a caerse una montaña de tabúes, de ritos y paradigmas que usted creía que eran la Palabra de Dios para su vida; sin embargo, comprenderá que la Biblia tiene un mensaje especifico para cada tiempo y persona en particular. Cuando la Biblia usa el pronombre segunda persona plural “ustedes”, no tome inmediatamente  esa palabra como para usted directamente. Lea bien en contexto todo el pasaje y se dará cuenta que esa palabra fue para personas que vivieron en otra época y en otro lugar, bajo circunstancias y condiciones muy distintas a las que usted tiene hoy.

 

Tercer grupo


    Nosotros somos lo que vivimos después de la dispensación del cumplimiento de todas las cosas: después de la ley, después de la cruz, después de la resurrección, después del juicio final, después de la caída de los cielos y tierra, después que Satanás fue destruido para siempre, después que la Iglesia fue llevada al cielo, lo cual representa una posición espiritual. Nosotros somos los nuevos cielos y la nueva tierra; somos las moradas que Jesús dijo que habían en la casa del Padre (Jn.14:2); somos la casa no hecha de manos eterna en los cielos (2Cor.5:1); somos la nueva Jerusalén que Juan vio descender del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su marido (Ap.21:2); somos aquellos que habrían de conocer en los siglos venideros las abundantes riquezas de la gracia y bondad de Dios en Cristo Jesús, para con los de aquella generación que vivieron durante el tiempo de la dispensación del cumplimiento de todas las cosas (Ef.2:7). Lo que quiero dar a entender, es que nosotros venimos después de todas las cosas que para la gente de la Biblia solo fueron “promesas”; nacimos libres de toda maldición impuesta o adquirida bajo el viejo pacto. Nosotros no somos la descendencia de Adán, sino de Cristo. Pablo dice que en Adán todos murieron, pero que en Cristo, “todos”, serían vivificados (1Cor.15:22), entendiendo que al momento que Pablo escribía su carta, aun la gente estaba muerta a causa del pecado de Adán, por eso el apóstol dice: “todos mueren”, pero él sabe y cree que llegado el fin de todas las cosas, cuando Dios estableciese su reino eterno en la venida de Cristo, venida que no sería para nada literal, en el sentido que Jesús bajase volando desde el cielo a la tierra, sino en el verdadero y correcto sentido en que Daniel lo vio, y que fue precisamente de cuya visión y profecía, que tanto Jesús y sus apóstoles aludieron en sus palabras al decir que “vendría en las nubes”; observe lo que Daniel dice:

“Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él.  Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Dn. 7:13, 14).

     Según este pasaje, Jesús no desciende, sino sube a donde estaba Dios, y Daniel dice, que le fue dado dominio eterno y un reino que nunca será destruido, es en ese reino en el que hoy nos encontramos. Para muchos, esto es totalmente absurdo, pues no conciben un reino espiritual presente, siguen soñando con una patria celestial más allá del sol, con calles de oro y mar de cristal cuando partamos de esta vida. Pero fue el propio Jesús quien dijo que su reino no era de este mundo (Jn.18:36), lo cual no significaba que fuera de otro lugar, sino mas bien, que era un reino espiritual y no natural. Para captar correctamente el sentido de estas expresiones, hay que tomar en cuenta otras referencias que Jesús hizo sobre el reino, o mejor dicho, sobre su reinado en las vidas de las personas. En Juan 14 Jesús habló del consolador que vendría sobre sus discípulos, pero también dice que él mismo vendría sobre ellos, por lo que no los dejaría huérfanos. Dijo además, que el Padre y él vendrían y harían moradas con ellos, es decir, vivirían con ellos. Si el hombre habría de ser la morada de Dios para siempre, porque dijo que el “paracletos” estaría con ellos para siempre (v.16), y luego agregó que el Padre y él vendrían a morar con ellos (v.23), o sea, Dios en plenitud estaría con ellos para siempre. Si Dios estaría con ellos dentro de muy poco (de acuerdo con el texto), ¿por qué deberían ellos esperar irse de este mundo para estar con Dios en su reino? Existe un error generalizado en los cristianos, en creer que el reino de Dios en la Biblia es diferente al reino de los cielos. Pueden aceptar casi sin ningún problema que hoy vivimos en el reino de Dios, pero toman como una herejía que nosotros digamos que estamos hoy en el reino de los cielos. Para Jesús decir reino de los cielos era exactamente igual a decir reino de Dios, y lo podemos ver muy claramente en Mateo 19:23 y 24

 

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: De cierto os digo, que difícilmente entrará un rico en el reino de los cielos. Otra vez os digo, que es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”.

 

     Mayormente es Mateo, un libro dirigido exclusivamente a judíos del primer siglo, quien usa la expresión reino de los cielos en lugar de reino de Dios, tal vez por el celo que tenían los hebreos de pronunciar o escribir el nombre de Dios reiterativamente. Es muy interesante observar, que cada vez que la expresión reino de los cielos o reino de Dios es usada en el Nuevo Testamento, nunca es puesta en un contexto lejano al hombre, fuera de nuestro medio natural. Juan el bautista dijo: El reino de los cielos se ha acercado (Mt.3:2); Jesús también lo presentó de la misma manera (Mt.4:17). Todas las parábolas que Jesús contó, fue para explicar figurativamente como era el reino de Dios, no como los judíos lo esperaban que fuera, un reino físico, poderoso sobre las demás naciones, sino que planteó un reino espiritual que regiría desde adentro de las personas. Dios mismo reinando en el mundo, pero a través del hombre. Muchos se preguntan, y me lo han dicho personalmente: ¿cómo podemos decir que Dios reina en el mundo, cuando vemos que el mundo se desmorona a pedazos día a día? Sin embargo, les puedo decir, que ese no es problema de Dios, sino del hombre mismo, o mejor dicho, de la religión misma que no ha enseñado correctamente quienes somos y que rol jugamos hoy en el mundo. Porque si el hombre entendiera que Dios está en él, porque eso enseña la Biblia, que después de haberse cumplido todas las cosas, como creemos que así ocurrió en el primer siglo, aun Cristo se sometería al Padre, para dejar de ser el Hijo y convertirse uno con él, para que “Dios sea todo, y en todos” (1Cor.15:28), es decir, Dios hoy lo es todo, ya no hay Hijo ni Padre ni Espíritu Santo por separado, Dios es todo, y además en todos, no en algunos, como en el pasado, sino en todos, y esto justamente porque nosotros vinimos después de la dispensación del cumplimiento de todas las cosas, y la Biblia nos ha sido dejada solamente para que entendamos que ya no hay nada más que hacer por nuestra salvación, porque todo ya fue hecho y consumado. Ni siquiera nacimos con el pecado original, porque nosotros nacimos después que el pecado original fue juzgado y anulado. Recuerde que Pablo dice que la ley solo vino para enseñarle al hombre su pecado, que mientras no hubo ley, el pecado estuvo muerto (Rom.7:8), aunque igual reinó la muerte y el pecado desde Adán hasta Moisés (Rom.5:14), pero al no haber ley, no se podía inculpar de pecado (Rom.5:13). Nosotros no estuvimos durante el tiempo entre Adán y Moisés, y ni tampoco  en el tiempo entre Moisés y Cristo, es decir, entre Adán y Moisés no había ley que señalara el pecado, pero igual reinó la muerte y el pecado, aunque ellos no transgredieron como lo hizo Adán, sin embargo, la muerte pasó a todos los hombres, porque Adán era figura del que había de venir, el cual era Cristo (Rom.5:14), por tanto, si todos desde Adán hasta Cristo murieron a causa de la transgresión del primer Adán, el cual era imperfecto, igualmente todos fueron vivificados por medio del postrer Adán, Jesucristo, el Dios hecho hombre perfecto.

“Por tanto, así como una sola transgresión causó la condenación de todos, también un solo acto de justicia produjo la justificación que da vida a todos” (Rom. 5:18 NVI).

     Hoy ya estamos en vida nueva, en vida eterna, reinamos con Cristo en los lugares celestiales, pero no allá arriba, más allá del sol, sino sobre nuestra tierra, donde Dios nos sembró, y donde debemos proyectar lo que realmente somos, los hijos del Dios único y eterno, quien se ha hecho uno con nosotros y nos ha hecho participes de su naturaleza divina. Es por medio del conocimiento de Dios que llegaremos a disfrutar plenamente de lo que somos hoy en el mundo. La vida eterna consiste en conocer a Dios (Jn17:3). Jesús dijo a los religiosos judíos de su tiempo: “Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn.5:39). Jesús reconoció la creencia judía, de que escudriñando las Escrituras a ellos les parecía que obtendrían la vida eterna, y él añade: “ellas” dan testimonio de mí. ¿Se acuerda que en el huerto del Edén habían dos árboles especiales, pero que tan sólo uno le fue privado al hombre en el principio? Bien, ese árbol prohibido, representaba el conocimiento del bien y el mal, y el día que el hombre comió de su fruto, fue como Dios, sabiendo o conociendo el bien y el mal (Gn.3:22); pero del otro árbol, solamente se dice que era el árbol de la vida, y que al parecer no le fue prohibido al hombre comer antes de su caída, sin embargo, el día que pecó Dios los sacó del huerto, el que bien pudo ser tan solo un  lugar figurado, considerando la forma pictórica de contar sus historias los hebreos, pero el asunto es que Adán fue sacado de esa posición de inocencia, pues ahora conocía el bien y el mal, ya podría discernir entre lo bueno y lo malo, y la razón por la que se le baja de ese estado, era precisamente para que no accediera al fruto del árbol de la vida, y la pregunta entonces es: ¿Qué representaba ese árbol, si el otro, representaba el conocimiento del bien y el mal? Bueno, yo creo que ese árbol representaba el conocimiento de Dios, la sabiduría de Dios. Salomón hablando de la sabiduría dice que ella es árbol de vida a los que de ella echan mano (Pr.3:18); Pedro dijo a Jesús: Tú tienes palabras de vida eterna (Jn.6:68); Juan dice: Pero sabemos que el Hijo de Dios ha venido, y nos ha dado entendimiento para conocer al que es verdadero; y estamos en el verdadero, en su Hijo Jesucristo. Este es el verdadero Dios, y la vida eterna (1Jn. 5:20). Entender es conocer, es ciencia, y esa ciencia nos dice que dentro de nosotros habita Dios en plenitud. El árbol de vida en el huerto, era Cristo, quien cuando vino al mundo dijo: “Yo soy la vida”. Por último, observemos lo que dice Pablo a los colosenses con respecto a esta nueva vida, que equivale a la vida eterna:

 

Col. 3:8-15


8Pero ahora dejad también vosotros todas estas cosas: ira, enojo, malicia, blasfemia, palabras deshonestas de vuestra boca.

9No mintáis los unos a los otros, habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos,

10 y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno,

11donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos.

12Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia;

13soportándoos unos a otros, y perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera que Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros.

14Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.

15Y la paz de Dios gobierne en vuestros corazones, a la que asimismo fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.


     Cuando esta carta se escribió, estos cristianos de Colosas iban camino a la perfección, aun no habían llegado al conocimiento pleno, porque Cristo aun no había regresado por segunda vez, lo cual significa, que hoy, entendiendo de acuerdo por las Escrituras que Cristo ya vino por segunda vez, y que en realidad no fue una segunda venida, sino que como dice el escritor a los hebreos, se trató de una segunda aparición (Heb.9:28), tal cual como lo hacía el sumo sacerdote bajo la ley el día de la expiación, se presentaba una primera vez para ofrecer el sacrificio y luego llevar la sangre del animal sacrificado adentro, pasando a través del velo (las nubes en las que  fue alzado al cielo) al lugar santísimo, para luego aparecer por segunda vez ante el pueblo y dar testimonio con su presencia, que el sacrificio había sido acepto ante Dios (Lv.16:17). Pablo enfatiza en la investidura, lo cual es símbolo de la vida nueva o eterna: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios”; “Y sobre todas estas cosas vestíos de amor, que es el vínculo perfecto”.

     Lo que ha de distinguir al hombre nuevo, es el amor incondicional, el cual es el vinculo perfecto, el que debe unirnos como hijos de Dios. El verdadero amor echa fuera el temor, soporta todo, y nunca deja de ser.  El verso 10 dice que ellos iban hacia el conocimiento pleno, es decir, ser iguales a Dios. Hoy nosotros, aunque a usted no le parezca, somos iguales a Dios; que lo ignoremos, o no lo creamos, no altera o cambia esa condición. Mire lo que dice Juan:

“Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1Jn. 3:2).

Todo tiene que ver con un asunto de ubicarnos en el tiempo y escenario correcto de la historia, de comprender y aceptar que nosotros aparecimos en el programa de Dios, después de la dispensación del cumplimiento de todas las cosas.

     Muchos de los errores que se han cometido a lo largo de la historia en el ceno de la religión cristiana, ha sido precisamente por pasar por alto, no sé si inconscientemente o conscientemente, los tiempos y las personas a los que la Biblia dirigió su mensaje. Es muy común oír a los predicadores, pastores y apóstoles modernos en sus mensajes, hablar de juicio, de condenación, e incluso de maldición por no creer a lo que ellos dicen y enseñan. En muchos lugares aun se colocan pesadas cargas de mandamientos y ordenanzas que deben las personas cumplir para pertenecer a tal o cual congregación. Otros enfatizan rigurosamente en el arrepentimiento y la confesión de pecados para ser salvos, entendiendo como actual y apropiadas para este tiempo las palabras que leen en sus Biblias. Lo que va leer a continuación lo dejará fuera de sí, pero léalo y vuelva a leerlo con mucha calma, poniendo a lo que lee entendimiento, y luego piense en que tiempo usted está viviendo, si en el de antes de Cristo, o en el de después de Cristo. Cristo no murió por nosotros, es decir, su sangre no nos redimió de ninguna maldición, porque nosotros no nacimos bajo ninguna ley que nos dijera que éramos pecadores y malditos. Quienes necesitaban ser redimidos de la maldición de la ley y el pecado de Adán fueron los que vivieron hasta la consumación de todas las cosas. Por eso la Biblia habla del fin, pero no del fin del mundo, sino del fin de aquello que separaba al hombre de Dios.

 

Gal.4:1-7

 

1Pero también digo: Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo;

2sino que está bajo tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre.

3Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo.

4Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley,

5para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos.

6Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: !!Abba, Padre!

7Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.


Permítame explicar brevemente este pasaje


  1. Pablo comienza haciendo una analogía de lo que significó vivir bajo el pacto de ley, diciendo que el heredero mientras es niño, no tiene diferencia con el esclavo en cuanto al poder de decidir, aunque es heredero de todo, pero por ser niño está totalmente inhabilitado para hacer uso de su poder sobre la herencia, y debe estar por consiguiente bajo tutores hasta que cumpla su mayoría de edad. Así también, dice Pablo, ocurría con nosotros cuando “éramos niños”, éramos esclavos de los rudimentos de este mundo, o sea, del pacto de ley. La expresión “éramos niños” se podría interpretar tanto literal como figurativamente. Literal, en el sentido que la audiencia que escuchó por primera vez el relato de esta carta (posiblemente escrita entre los años 50 al 56 d.C.), era contemporánea al apóstol, y por lo tanto, se puede decir que la mayoría eran niños hasta antes del sacrificio expiatorio de Cristo en año 33 d.C., o sea, unos 20 o 25 años antes la carta fue escrita, lo cual significa, que la maldición de la ley aun penaba sobre ellos. En el sentido que fuera figurativo, también es factible, dado que niñez en este contexto, podría significar la incapacidad humana de cumplir las exigencias de la ley.
  2. En el verso 4 Pablo declara que había un tiempo determinado en el que Dios se había propuesto comenzar el proceso de consumación de su plan supremo, y este tiempo especifico que los apóstoles identificaron como  el fin de todas las cosas, ya había comenzado su descuento, con la venida de de su Hijo al mundo, nacido de mujer y nacido bajo la ley.
  3. Pablo subraya dos hechos fundamentales que se cumplieron en este proceso de consumación: Primero, fueron redimidos todos quienes estaban bajo la ley; segundo, salieron de la condición de esclavos y fueron adoptados hijos, y pasar así a ser herederos de Dios.
  4. Después de leer este pasaje de Gálatas, y de otros similares en el Nuevo Testamento, uno debe hacerse las siguientes preguntas: ¿Cuál era el propósito principal por el cual Cristo debía morir en la cruz? ¿Por qué nació bajo la ley, y dijo además en cierta ocasión, que había venido para cumplirla hasta la última letra y tilde? ¿Por qué toda la ceremonia del culto levítico y el oficio sumo sacerdotal del viejo pacto hebreo, fue sombra de la obra perfecta realizada por Cristo en su primera y segunda aparición? La respuesta está en el versículo cinco de este pasaje que dice: “para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos”. ¿Leyó bien? «Para redimir a los que estaban bajo la ley»; es decir, a los judíos que vivieron hasta ese momento, nadie más que ellos vivieron bajo un pacto de muerte y condenación, y que por la muerte de Cristo, los muchos, (ellos) fueron hechos libres a fin de recibir por medio de un pacto de gracia, la adopción de hijos. Pero nosotros no fuimos adoptados como hijos, porque nosotros nunca fuimos enemigos de Dios a causa de la transgresión de Adán, ni estuvimos nunca bajo el pacto de ley que condenaba y mataba. Nosotros venimos después de la consumación de todas las cosas. Los judíos y gentiles del primer siglo vivieron la transición entre la vida de esclavos (muertos en delitos y pecados), que era la condición de toda la descendencia de Adán, en el que todos morían; y la vida de libres (resucitados) por medio de Jesucristo, en quien todos fueron vivificados. 18Así que, como por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres, de la misma manera por la justicia de uno vino a todos los hombres la justificación de vida. 19Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de uno, los muchos serán constituidos justos(Rom.5:18, 19). Nosotros nacimos “hijos”, no esclavos de la ley ni del pecado, por lo tanto nosotros no necesitábamos una redención, y bajo ningún aspecto estoy desvaluando el sacrificio de Cristo, en lo absoluto, ya explicaré mejor en que nos benefició a nosotros su ofrenda. Yo sé que estas cosas le costará entenderlas a primeras, porque a mí también me costó captarlas, pero le animo a que siga leyendo, hay mucho más por descubrir.
  5. Nosotros tenemos privilegios mayores que aquellos por quienes Cristo murió en el primer siglo. Aquellos fueron esclavos antes de ser libres; nosotros siempre fuimos libres porque vinimos después de ese proceso (Gal.4:7).
  6. Aquellos estaban destituidos de la gloria de Dios; nosotros nacimos en los lugares celestiales (Rom.3:23).
  7. Aquellos no eran hijos, pero fueron adoptados por medio del sacrificio de Cristo; nosotros nacimos hijos (Gal.4:5).
  8. Aquellos vivieron en esperanza hasta la posesión adquirida; nosotros nacimos disfrutando nuestra herencia de vida (Ef.1:14).

    Bueno como puede observar, no es que desmerezcamos lo que hizo Cristo en la cruz, imposible hacer eso, solo queremos que entienda dos cosas muy importantes: los factores “tiempo y gente” para quienes se escribieron estas palabras; y respetar responsablemente la gramática del texto en su contexto original. Esto quiere decir, que cuando leamos la palabra “ahora”, no pensemos que ese ahora es aplicable a nuestro tiempo. Fue presente para sus destinatarios pero no para nosotros.

 

Conclusión


     Al finalizar este capítulo solo quisiera decirle, como un modo de ayudarle a comprender mejor lo que acaba de leer, repase nuevamente este articulo, si es que le ha significado rechazo o dificultoso de entenderlo. Nunca se quede solo con la primera impresión sobre algo que lee o escucha, siga investigando, siga buscando. Comience a leer y escuchar a quienes tienen algo interesante que aportar a su vida, a personas que le hagan pensar, que le derriban “paradigmas religiosos”, solo de esa manera irá creciendo y desarrollando su mente para un optimo entendimiento en el conocimiento de Dios y la vida eterna.   Amén.

 

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