INTRODUCCION




Desde mi corazón…

 

 

     Cuando tomé la decisión de escribir: «¿Entiendes lo que lees?», tenía bien claro que asumía un gran desafío, pero nunca imaginé que concluirlo me llevaría tanto tiempo. Disponía de suficiente material como para escribir un grueso volumen de una vez; sin embargo, al comenzar a redactar mis apuntes comencé también a pensar en los millones de cristianos que hay alrededor del mundo y de los cuales la gran mayoría sostiene una  teología muy distinta a la que expondría en mi libro. Si el objetivo de esta obra —pensé— es convencerles de que hemos estado equivocados con respecto a la interpretación de la Biblia debería, como mínimo, darme el trabajo de investigar en cuantas fuentes me fuese posible, sobre cual o cómo habría sido la percepción de la Iglesia primitiva con respecto a los escritos de lo que hoy conocemos como el Nuevo Testamento. Por tanto, y persuadido de que esto era una muy sabia observación, decidí ir  más lento con la redacción del libro y dedicar más tiempo a investigar. Intuí que  debía tomarme bien en serio el papel de un comunicador de la verdad. De modo que comencé a empaparme completamente con todo tipo de información disponible, y que estuviera bien documentada, sobre la época más temprana de la Iglesia. Quería conocer con detalles, entre otras cosas:

 

—Cuándo se habían proclamado sus primeras doctrinas;

—Quiénes fueron sus principales líderes después de la desaparición de los apóstoles;

—Qué escribieron los historiadores con respecto a lo acontecido en el año 70 d.C. en Jerusalén;

—Cómo se conservaron las Escrituras hasta nuestros días;

—Cómo se lograron sus diversas traducciones y revisiones, etc., etc. Y aunque el desafío que me propuse, como ya mencioné, no fue para nada fácil, no obstante, lo consideré muy necesario e importante para mi «auto-asignado» cometido literario.

 

     Dentro de este largo y agotador trabajo de investigación, me di el tiempo también para verificar si toda la información recopilada coincidía con el relato bíblico del Nuevo Testamento o —mejor dicho— con la interpretación que hoy hacemos de él. Quería comprobar en base a todos los documentos históricos que había encontrado, y que para mi sorpresa fueron bastantes, si la iglesia primitiva, la que fue destinataria directa de los escritos neotestamentarios, interpretó a sus remitentes (los santos escritores) del mismo modo como la iglesia moderna lo hace hoy o sencillamente, y aunque duela reconocerlo,      podríamos estar frente al más grande engaño de la historia.

 

     Y así, en todo este “quehacer” inquisitivo se me fue pasando el tiempo casi sin darme ni cuenta, y hoy al escribir esta introducción veo que han transcurrido fácilmente dos años desde que comencé con mis primeros apuntes. (Fecha actual: Julio, 2011).

 

     Durante todo este periodo de búsqueda, estudio y escritura

no solo he adquirido una buena información para mi libro y el que puedo presentar hoy con mucha satisfacción ante ustedes, sino que además ha sido un tiempo extremadamente precioso para mi vida; lo digo en el sentido de su alto valor espiritual. He podido experimentar como nunca antes de una relación más intima y profunda con Dios y Su Palabra. Mis convicciones de fe se han consolidado absolutamente. Hoy creo entender con más certeza que nunca el rol que Dios ejerce en mi vida y en la de los demás. Tal entendimiento me ha hecho ver el mundo desde una perspectiva diferente a como lo veía antes de comenzar a escribir este libro. He crecido en muchos aspectos. Me siento verdaderamente libre. Las palabras de Jesús en Juan 8:32 se aplican perfectamente a mi nueva vida: «Hoy conozco la verdad y por eso puedo afirmar que vivo plenamente en libertad». Y es justamente esta libertad que deseo que usted experimente una vez que haya leído completamente mi libro.

 

     Mi gran objetivo a través de este trabajo es que usted me dé la oportunidad de demostrarle, respetuosamente por cierto, el porqué creo que hemos vivido bajo un gran engaño religioso. De cómo hemos sido víctimas inocentes de un sistema autoritario, el cual nos programó a creer en una  teología legalista, la que está lejos de ser el verdadero mensaje que profesa la Biblia; mensaje que, por lo demás, solo tuvo real relevancia para la gente a la que fue enviado originalmente. En el caso del Nuevo Testamento —para la iglesia del primer siglo.

 

     La condición de cómo veo al mundo cristiano en este momento me gustaría ilustrarla con una simpática historia que nos contaba una tía muy querida en mi familia cuando yo era un niño; y lo hacía con tanta gracia que cada vez que la repetía nos volvía a hacer reír como la primera vez. Se trataba de un cierto señor, de apellido Lira, quien gustaba mucho “hojear” los periódicos, y cada vez que lo hacía —su vecino— quien le observaba regularmente, le formulaba “jocosamente” la siguiente pregunta: —«¿Qué dice el diario, don Lira?»— a lo que don Lira contestaba, muy ingenuamente: —«¡Muchas cositas, vecino, muchas cositas!»— La gracia de esta historia consistía en que don Lira no sabía leer.

 

     Lo que pasaba con don Lira, en esta pequeña historia, ilustra de algún modo la triste realidad que viven millones de cristianos en el mundo hoy. Aunque ellos no lo vean así; sin embargo, cuando leen sus Biblias pareciera que no estuviesen entendiendo realmente lo que leen. Posiblemente encuentre absurda mi declaración o incluso herética y créame que lo comprendo perfectamente; no obstante, permítame explicarle mejor lo que acaba de leer.

 

     Considerando que en nuestro idioma español no abunda, lamentablemente, mucha información o literatura que hable sobre los graves errores que se han cometido en la interpretación de la Biblia; además, por alguna extraña razón y que explicaré más adelante hemos sido privados de conocer otras corrientes o escuelas interpretativas sobre el texto Sagrado, es que me he atrevido a escribir este libro. Primero, para provocar una reacción positiva hacia una búsqueda seria y profunda sobre la veracidad de las doctrinas que han moldeado nuestras mentes por generaciones; y en segundo lugar para desvelar la verdad que nos ha sido encubierta casi desde los albores mismos del cristianismo.

 

     Por lo antes dicho, no me gustaría que viera este libro como un elemento perjudicial para su fe o la del pueblo cristiano en general, pues  no lo es en lo absoluto.

 

     «¿Entiendes lo que lees?» pretende ser una ventana abierta a la revelación bíblica. Una herramienta capaz de ayudarle a entender mejor lo que lee en su Biblia, pero ya sin el uso de esos lentes o cristales teológicos que tan negativamente han influido en la interpretación del libro sagrado especialmente en los últimos dos siglos, sino como si leyese cualquier otro libro. Con esto último quiero decir: poner sentido común en la lectura y hacer uso de dos reglas elementales de Hermenéutica, las cuales son:  1. —Observar el escenario histórico en que se desarrollaron los hechos descritos. Entender que si el texto describe lugares, personas y condiciones relativas a la época en que se escribió, es prácticamente imposible que las podamos ver hoy con los mismos ojos o entendimiento con que fueron vistas por sus destinatarios originales hace miles de años atrás. 2. —Poner mucha atención en su gramática. Aceptar que la Biblia fue escrita en un idioma humano y no celestial; por lo tanto, debe ser leída y comprendida del mismo modo como hacemos con cualquier otro libro, respetando todas las reglas gramaticales establecidas. Cuando usted une estos dos elementos —el histórico y el gramatical— difícilmente interpretará como actual y personal un mensaje que fue escrito y dirigido a un público que vivió hace dos mil años atrás. Aunque la construcción gramatical del texto pareciera comprometerle e incluirle, sin embargo, será el trasfondo histórico del mismo el que finalmente le hará tomar la correspondiente distancia con dicho relato.

 

¿De dónde vienen los errores doctrinales?

 

     Existe un adagio que dice: “Todo depende del color del cristal con que se mire”; es decir, si el cristal es rojo, todo lo que se mire a través de él se verá igual de rojo. Esto es lo que ocurre precisamente cuando se interpreta la Escritura, se hace a través de la óptica de la teología tradicional. Una teología que nos ha sido heredada del catolicismo romano, quien confeccionó sus dogmas y doctrinas recién a partir del cuarto siglo basándose, principalmente, en los escritos de los primeros padres de la iglesia y de entre los cuales, según la  tradición, habrían algunos contemporáneos de los apóstoles de Cristo, razón por lo que se cree que sus enseñanzas vendrían del corazón mismo de quienes fueron columnas y baluartes de la iglesia del primer siglo. Sin embargo, cuando uno lee los escritos de estos señores puede percibir claramente que se trata de meras repeticiones de lo ya registrado en las cartas apostólicas Neotestamentarias, lo cual da para pensar. No obstante, por otro lado se pueden advertir claras divergencias entre los escritos de los padres con los escritos de los apóstoles, divergencias que explicaré con más detalles más adelante. 

 

     Entiendo y acepto que mi acusación puede ser grave, pero bajo ningún aspecto irresponsable. Por esto mismo, y por lo que continuará leyendo en las siguientes páginas y capítulos, creo que ha llegado el tiempo que la verdad salga a la luz.

 

     He sido cristiano prácticamente toda mi vida y gran parte de esta experiencia la viví bajo el alero de lo que hoy denomino: «El evangelio del terror». Un evangelio que enseña como su principal doctrina que muy pronto tendrá lugar «el día del juicio», y en cual Dios juzgará al mundo entero. Un día, en donde los “buenos” (o los salvos) serán premiados con la vida eterna en el cielo; mientras que los “malos” (los no salvos) serán condenados a sufrir el tormento eterno —y en plena consciencia— en un lago de fuego. Lo triste y paradojal de este mal llamado evangelio (del griego: euanguélion y cuyo significado es buen mensaje o buena noticia) es que de buena nueva no tiene mucho, pues se enfatiza demasiado en el castigo que han de recibir quienes no hayan creído en él, provocando con esto que muchos se vuelvan a Dios no tanto por querer ir al cielo, sino más bien para evitar ir al tormento eterno. Un evangelio que defiende a morir la creencia en un ángel caído llamado “Lucifer”, quien se habría sublevado ante Dios en el cielo mucho antes de la fundación del mundo, por lo que fue rebajado de su posición angelical transformándose en Satanás, el príncipe de las tinieblas. Un ser espantoso y abominable, pero al  mismo tiempo poderoso  pues, de acuerdo con la enseñanza, el mundo entero estaría bajo su dominio.

 

     Seguramente considere mi exposición un tanto exagerada, por lo que quisiera invitarle a que revise personalmente su manual de doctrinas bíblicas o sus libros de teología, y descubra por sí mismo(a) lo que sostiene su iglesia, y luego compare aquello con lo que este libro dice al respecto. Estoy convencido que cualquier persona que haciendo uso del sentido común comience a analizar su  teología a la luz de la Biblia —sin la guía de un libro adicional, a no ser que sea un diccionario que traduzca la lengua original del texto como el Diccionario Vine o Strong, por ejemplo— comenzará a encontrar un sin fin de errores en los postulados de su fe. Descubrirá que, súbitamente, todos sus paradigmas o conceptos teológicos en los que creía y descansaba se desmoronan uno por uno, como se desploma un castillo de arena en la playa.

 

     No será fácil, obviamente, asumir de buenas a primeras que ha vivido equivocado. Sin embargo, poco a poco, a medida que vaya revisando y comparando lo de antes con lo de ahora, no solo llegará a aceptar que estuvo equivocado, sino que además querrá compartir con los suyos su nueva posición Teológica. Será en ese momento cuando comenzará a experimentar sentimientos de frustración y desencanto y no precisamente por haberse dado cuenta del error en que estaba, sino   —y lo que seguramente será peor—  por la actitud de exclusión que le demostrarán directamente personas que usted creía muy cercanas y leales. Pero no se desanime, recuerde que para usted tampoco fue fácil aceptar el error. Con el tiempo, después que logre ver o escuchar a otros que como usted agradecen también a Dios por haber abierto sus ojos a la verdad, comprenderá que bien valió la pena perseverar.

 

     Creo que ya es hora de levantarse de esa posición  tan pasiva y soñolienta en la que hemos permanecido involuntariamente durante tanto tiempo. Ha llegado el momento de romper las cadenas y los yugos de la ignorancia y comenzar a caminar libres por la vida, identificando correctamente el tiempo y escenario de nuestra realidad presente en que nos ha correspondido vivir en el plan eterno de Dios.

 

¿En dónde se ha notado más el error?

 

     Según mi apreciación, y la de muchos otros, la sección de las Escrituras en donde más errores de interpretación se han cometido ha sido, sin duda alguna, en la rama de la Escatología, el estudio de las últimas cosas, de acuerdo con su significado etimológico.

 

     La Escatología, cuya ciencia consiste en interpretar las profecías bíblicas, es una de las ramas más importantes dentro de la teología fundamental. Y digo que es aquí en donde más se acentúan los errores de interpretación bíblica, precisamente porque esta rama teológica tiene a lo menos tres diferentes escuelas de interpretación, lo cual indica la gran divergencia que existe entre sus exponentes y, al mismo tiempo, sobre lo complejo que puede ser esta materia.

 

     Considero que existen muy buenas razones, por lo recién expresado, para  que libros como éste salgan a circulación y estén al alcance de todo creyente. Tal vez, para provocarlos de alguna manera a un cambio en su modo de pensar. Sólo cuando somos provocados estamos dispuestos a tomar medidas en el asunto. 

 

     Mi intención al presentar este trabajo, es sencillamente para mostrar a la luz de la misma Palabra de Dios los graves errores que se han cometido en el intento de interpretar la profecía bíblica, errores que nadie quiere reconocer ni asumir, ni siquiera ante las poderosas evidencias de la historia y que, por lo demás, hoy fácilmente todos tienen acceso. Y eso, básicamente por temor a perder la confianza de parte de la gente, ya que reconocer que se ha enseñado equivocadamente no es un asunto muy fácil de admitir. Por otro lado, la difusión inteligente de la enseñanza a través de medios tan importantes como la literatura, el cine y la música, le ha proporcionado generosas ganancias a sus exponentes más destacados —y astutos— por lo que cambiar o negar la doctrina significaría, entre otras cosas, destruir una millonaria industria. Por lo tanto, es mejor continuar con el engaño; al fin y al cabo nadie podrá comprobarlo jamás.

    

     La intención de este autor no es atacar ni ofender a ninguna denominación eclesiástica, ni a ningún credo religioso existente, ni a nadie en particular, sino más bien dedicar todo el espacio necesario en este volumen solo para exponer estas verdades eternas, cuyo conocimiento y poder harán cambiar para siempre su modo de pensar. Le puedo asegurar que una vez que haya leído completamente este libro, usted nunca más podrá seguir siendo la misma persona.   

 

Propósito del libro

 

     Una de las razones por la que he escrito «¿Entiendes lo que lees?», ha sido para entregar al creyente una herramienta útil con la que pueda disipar la densa nube de desconocimiento que cubre hoy a la Iglesia cristiana. Una iglesia que ha perdido su rumbo original y que sólo se entretiene en cultos espectaculares, los que son verdaderos “shows” al más puro estilo de los grandes espectáculos del mundo. Exitosos “ministros de la palabra”, que se han enriquecido por hablar de lo que el público evangélico quiere oír. Qué importa si lo que dicen está de acuerdo teológicamente con la Biblia o no, lo importante es que sea bueno, entretenido y que se escuche bonito. Cada cierto tiempo cambian el menú; vienen con nuevos temas; “nuevas  revelaciones” y la iglesia lo compra todo, y así sigue avanzando. Si se aburren en un lugar se van a otro, total estamos  en  medio de  un verdadero mercado religioso en donde uno elige al predicador que quiere escuchar y la iglesia a la que quiere pertenecer.


     Es tiempo ya de abrir los ojos, de despertar del sueño en el que se ha estado por tanto tiempo y empezar a verse como Dios nos ve: Una iglesia victoriosa, triunfante[1]; la luz del mundo, la ciudad sobre un monte que no se puede esconder[2]; el reino de Dios en la tierra, la ciudad del Dios vivo, Jerusalén la celestial[3]; los nuevos cielos y la nueva tierra, la nueva Jerusalén[4]. Somos un reino de sacerdotes, y reinamos sobre la tierra[5]. Ya no necesitamos apóstoles ni profetas, porque su fundamento ya fue establecido hace dos mil años, y la Biblia nos proporciona tal información. Y por último, me gustaría decir algo sin el ánimo de ser presumido, sino con mucha humildad y respeto: “Cómo me hubiese gustado haberme encontrado con un libro como éste hace unos veinte años atrás”; estoy seguro que mi vida y ministerio hubiera sido muy distinto a como fue hasta el momento de encontrarme con esta revelación. Mas sé que nunca es demasiado tarde, por lo que agradezco a Dios el haber puesto en mi camino —en los últimos años— a personas sabias, quienes con sus palabras, ya fuera por medio de una predicación, un estudio o un libro, sirvieron para abrir los ojos de mi entendimiento y provocarme a una búsqueda insaciable de estas grandes verdades de la Biblia.  

 

     Todo el conocimiento que hasta hoy he adquirido y en el cual sigo creciendo, después de mucho pensarlo y de un arduo y largo trabajo de investigación, deseo —finalmente— plasmarlo en este libro y ponerlo a disposición de todo aquel que anda en busca de la verdad.


     Deseo con todo mi corazón que esta obra sirva de ayuda a mucha gente que como yo, en algún momento, crea que aún hay más por descubrir en la Palabra de Dios. Mis bendiciones para todos quienes tengan la posibilidad de leerla.

 

Agradecimientos

 

     Antes de cerrar esta introducción, permítanme dedicar estas últimas líneas para agradecer a quienes debo la publicación de este libro. En primer lugar, al Eterno y Único Dios quien es todo y en todos; mi buen y amado Salvador, la fuente de toda mi inspiración y a quien sirvo desde mi infancia. En segundo lugar a una persona muy especial para mí: la hermana Susana Romero, pastora, escritora y conferencista, con residencia en el estado de Querétaro, de la maravillosa tierra del tequila, los tacos y la música ranchera. La hermana Susana, después de leer algunos de los estudios  publicados en mi página web, me motivó a que escribiera un libro sobre Escatología. A pesar que aun no le conozco personalmente siento un gran aprecio y gratitud hacia ella.


     Y por último, quiero dar gracias a Dios por tres hombres excepcionales. Tres grandes maestros de la Palabra, cuyas obras escritas me ayudaron a descubrir mis errores doctrinales en el área de la escatología. Lamento, muy sinceramente, que la erudición y metodología en la interpretación de las profecías bíblicas de estos tres distinguidos exégetas norteamericanos, sea tan desconocida para el pueblo hispanoparlante; por lo que quisiera hacer un llamado a los lectores de este libro a investigar más sobre el legado literario de estos destacados siervos de Dios ya fallecidos.

 

Milton Spenser Terry (1840-1914).

Obras: Hermenéutica Bíblica (1883)

El Apocalipsis de los Evangelios (1898).

 

James Stuart Russell (1816-1895).

Obras: La Parusía (1878).

 

David Chilton (1951-1997)

Obras: Días de Retribución (1990),

El Paraíso Restaurado (1994),

La Gran Tribulación (1987).

 

     Dedico este libro como un humilde tributo póstumo a quienes considero mis mentores intelectuales en la rama de la Escatología Realizada. Bendigo también en ellos a todos quienes en menor o mayor grado han influido en mi actual posición teológica.

 

Eduardo Mondaca

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[1] Rom. 8:37

[2] Mt. 5:14

[3] Heb. 12:22 

[4] Ap. 21:1 y 2

[5]  Ap. 5:10.